sábado, 19 de mayo de 2007

Entrevista a Emilia Ferreiro

La educadora argentina fue reconocida por el Concejo como visitante ilustre de Rosario
Marcela Isaías / La Capital
No es la primera vez que Emilia Ferreiro, la educadora argentina radicada en México y discípula de Jean Piaget, llega a Rosario. Esta vez es para dictar un seminario de posgrado en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, pero también para ser distinguida como visitante ilustre por el Concejo Municipal y participar de un acto homenaje a su trayectoria que le organizó la comunidad académica local.
No es para menos: la investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México (Cinvestav) y varias veces reconocida como doctor honoris causa por distintas universidades del mundo, entre ellas la UNR, tiene un largo camino de trabajo en materia de alfabetizació
Ese reconocimiento genuino por el intelecto de los chicos es lo que guió sus investigaciones sobre la lengua escrita y derivó en el libro “Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño” (Siglo XXI), publicado en 1979 junto con Ana Teberosky, obra que pronto cambiaría la mirada sobre cómo los niños aprenden a escribir. Sucede que Ferreiro dejó de preguntarse cómo enseñar mejor a los chicos a escribir, para dejar que los niños hablen y muestren que sí piensan sobre la escritura.
No es casual así que casi al final de una prolongada charla se acomode en su asiento, amplíe su sonrisa y cambie la mirada casi al borde de la emoción cuando se la invita a hablar de los niños, con quienes asegura “se pude dialogar de igual a igual”.
—Sus investigaciones tienen la base común del gran respeto que guarda hacia el intelecto de los niños. ¿Cómo se logra ese respeto?
—Eso lo aprendí de mi maestro Jean Piaget. Una de las cosas que enseña el modo de acercamiento piagetiano a los niños es el respeto intelectual. Cuando se dialoga con un chico suponiendo que él piensa algo sobre cierto fenómeno o problema y que uno legítimamente quiere entender ese pensamiento, no imponerle el suyo, termina reconociendo que el niño es “une partenaire intellectuel” (la palabra correcta la encuentra en francés), con el cual se puede estar de igual a igual. Los chicos se dan cuenta cuando uno tiene interés legítimo para ver cómo piensan o cuando simplemente se les está preguntando algo para decirles: “Pero, ¿no te das cuenta de que eso no es así?”. Esa experiencia de diálogo intelectual con los chicos es un aprendizaje que me quedó para toda la vida. Porque se pueden cambiar los temas, pero siempre hay razones para suponer que los chicos piensan algo respecto de algo. Por ejemplo sobre la escritura. La escritura está circulando alrededor de ellos desde cuando nacieron, es muy difícil que no se hayan preguntado “¿qué diablos es esa cosa y para qué sirve?”. Es verdad que muchas veces en el diálogo dicen cosas confusas, pero, bueno, es que está hablando de cosas complicadas, que no son fáciles de explicar. Cuando uno trata de entender qué está diciendo ese niño y le expresa: “No termino de entenderte”, es allí cuando empieza un diálogo donde uno pone algo de su parte y el chico también lo hace."
—Un ejemplo de ese diálogo...
—Cuando estuve estudiando problemas de\n negación, proposiciones negativas, le pedí a un chico de 5 años que sobre el modelo de (oración) “Un pájaro vuela” tratara de escribir primero “Dos pájaros vuelan” y luego “No hay pájaros”. Este chiquito de 5 años, de Monterrey, al norte de México, me dice: “Las letras de no hay pájaros te las tengo que hacer chuecas”. Con sus cinco años ya se imponía la tarea de hacer chuecas las letras que apenas sabía dibujar. Era como una tarea casi imposible. Pero qué me estaba diciendo este niño: que las letras de “no hay pájaros” no podían ser otras letras, porque las otras son para decir verdad no falsedad. Y “no hay pájaros” es falso y por tanto no se pueden poner las mismas letras que se usan para decir “sí, hay pájaros”. Entonces ahí descubrí que algunos de los problemas que tenía para escribir enunciados negativos tenían que ver con una dimensión que yo no había considerado, que es la falsedad. Cuando te encontrás con un chico de cinco años que es capaz de pensar sobre la\n dimensión de verdad-falsedad vinculada con la escritura, bueno, mis respetos por ese niño. Nadie se lo enseñó, pero es cierto que en el mundo social ¡vaya que la escritura está relacionada con la verdad-falsedad! Todo el problema de la organización burocrática del Estado tiene que ver con que hay que dar prueba por escrito de posesiones de bienes, de identidades, de todo. El poder de la escritura para determinar el estatuto de las personas es enorme y esas son las letras de veras de las que habla este niño, y “si tú tienes que decir algo que no es verdad, bueno entonces te lo hago chueco”.
Los desafíos de alfabetización en este siglo
Llegar al 2015 con un mundo alfabetizado fue la expresión de deseo con la que cerró la doctora Emilia Ferreiro, luego de ser distinguida como visitante ilustre por el Concejo Deliberante de Rosario, su discursoLos desafíos de alfabetización en este siglo
Llegar al 2015 con un mundo alfabetizado fue la expresión de deseo con la que cerró la doctora Emilia Ferreiro, luego de ser distinguida como visitante ilustre por el Concejo Deliberante de Rosario.
—¿Cree que se alcanzarán las metas varias veces fijadas de alfabetización mundial?
—Es bueno que se discuta, que haya compromisos globales, que se tome conciencia sobre cuáles son los déficits en la región y en el mundo. Pero el problema es que ha habido tantas declaraciones anteriores que uno se pregunta si cuando lleguemos al 2015 no estaremos planteando llegar al 2020 y así seguiremos. En particular en la región de América latina y el Caribe, que ya hubo un compromiso de empezar el siglo XXI sin analfabetos, pero después se pasó al 2015 y ahora se habla del 2017. Estas declaraciones se hacen en términos del debería ser y sin un análisis de factibilidad de dónde están los analfabetos, quiénes son, qué está pasando con una escuela que no acaba de alfabetizar a quienes pasan por ahí y descubrir entonces qué hay que hacer con poblaciones especificas. Es decir, por un lado hace falta un estudio de factibilidad y, por otro lado, saber con qué definiciones de alfabetización se están tomando esas decisiones.
¿Hay muchas definiciones de alfabetización?
—Sí, hay tantas como tiempos y momentos históricos, donde los requerimientos para considerar alfabetizado a una persona han ido cambiando. En una época podía ser saber firmar y el seguir instrucciones simples, hoy en día eso es impensable. Es a partir de las tecnologías de la comunicación y la información que los requerimientos de la alfabetización han subido exponencialmente.
¿Qué otros aspectos afectan a la alfabetización?
—Hay dos cosas nuevas en el sistema educativo y que afectan a la alfabetización: la heterogeneidad reconocida y las pruebas internacionales. La heterogeneidad la afecta porque yo no puedo hacer como se hacía antes e ignorar el fenómeno de las migraciones internas y externas, que afecta a la región y es un serio problema en Europa. Si un chico no habla español, hay que asumirlo, pero además debo hacer algo distinto con ese chico, de manera específica y pertinente para ese grupo. Esa famosa heterogeneidad que existió siempre pero recién ahora empezó a ser asumida genera la necesidad de un trabajo docente más fino, más atento a casos particulares y con capacidad técnica como para dar respuesta a esa y a las otras heterogeneidades que siempre hubo en la escuela, porque los chicos nunca avanzan todos al mismo ritmo. Por otro lado, está el hecho de que los países son evaluados en términos no sólo de su rendimiento interno sino en relación a otros. Por ejemplo, cuando se conocieron los resultados de la prueba Pisa —para países miembros de la OCDE y otras nacions invitadas— en la región parecía vivirse la lucha por el último lugar. Y ocurrió que el país que quedó último declaró la emergencia educativa. Una declaración muy fuerte, pero me pregunto qué se hace con la misma luego. Eso también afecta a la alfabetizació"
—Entonces, ¿se llegará a las metas fijadas?
—En una de esas llegaremos. Todo depende si se toman en serio las fechas que se ponen y las declaraciones de los países de la región. Pero también quiero saber cómo se define a la alfabetización, si se toma convenientemente a este siglo en que ya estamos instalados, que afecta no sólo a los clásicos analfabetos o los clásicos analfabetos funcionales, sino a todo el funcionamiento del sistema educativo.

Sin excusas para internet en el aula
Cuando se trata de hablar de la relación entre nuevas tecnologías y escuela, Emilia Ferreiro tiene un consejo: “Es mejor que los adultos discutan junto con los jóvenes”.
Y la afirmación tiene razones claras: los docentes vieron llegar a las nuevas tecnologías, en cambio los alumnos nacieron con ellas. Esa diferencia generacional se traduce en decisiones que se toman en la escuela, que se mueven entre la desconfianza, dejarlas para otro ámbito o el animarse y asumir que ya están sin pedir permiso.
“Algunos están teniendo frente a las nuevas tecnologías la misma actitud que se tuvo frente a la televisión cuando apareció, y surgió el mito que toda la información estaría en términos de imágenes y la escritura desaparecería. No pasó nada de eso porque llegó la informática y terminó con ese problema. Pero en ese momento hubo dos posiciones: hay que poner televisores en la escuela y trabajar sobre la interpretación de las imágenes, y otra que indicaba que el televisor es algo para el ámbito doméstico, cuanto más será para ver un documental. Ahora con la informática pasa lo mismo”, dice Ferreiro.
Luego se detiene a analizar el uso que se hace de las computadoras en las aulas y señala que lo que “curiosamente no funcionan son los talleres de computación por fuera de la escuela, donde los chicos van a cuentagotas”.
—¿Por qué no resultan estos talleres?
—No funcionan en tanto no se integran a un proyecto educativo. El muchacho que por lo general está a cargo del taller de computación pocas veces sabe en función de qué proyecto los chicos podrían integrarse. Y no es tan difícil. Me contaban de una experiencia interesante donde los chicos de tercer grado tenían que averiguar qué pasaba con los negros de este país durante la guerra de la independencia. Ahí se les proponía hacer una búsqueda específica, de esas que no están al alcance de la mano. Se los puede entonces mandar al taller con una consigna y al mismo tiempo plantearles palabras clave para la búsqueda. Ahora bien, también sin conexión a internet, y ya lo he dicho muchas veces, un simple procesador de textos es un instrumento pedagógico sensacional para la composición y revisión de textos. Sirve igual. Sólo que para eso necesito tener como objetivos de alfabetización algo que no pasa por la copia del pizarrón o la repetición de un texto memorizado.
—¿Y qué pasa con los docentes en relación con las nuevas tecnologías?
—Uno de los problemas con los docentes es que son de una generación que no nació con la tecnología y la vio llegar, en cambio los alumnos nacieron con la misma.\n Eso genera una actitud bien diferente en unos y otros. Los docentes descubrieron que tenían que aprender algo más que saber a encender y apagar la máquina. Por ejemplo, alguien que no puede responder al pedido de “dame tu correo electrónico”, y saber que no lo tienen. Eso hace que muchos adultos entren como miembros de la retaguardia, forzados por las circunstancias y no por un genuino sentido de querer saber de qué se trata.
—¿Qué otro problema muestran frente a las nuevas tecnologías?
—El otro problema es que mantienen la posición de decir: “Yo trabajo en un barrio pobre y hasta que estos chicos lleguen a las computadoras cuánto tiempo va a pasar”. Y pasó. Porque cuando llegaron los cíber a todos los barrios, aun a los más pobres, se dieron cuenta de que no estaban preparados por pensar que era una tecnología de ricos que no llegaría a los pobres. Una investigación de una universidad del conurbano bonaerense sobre los chicos de la calle y el uso de internet concluyó que los chicos gastaban el 60 por ciento de sus ingresos en locutorios. Estos sitios, abiertos las 24 horas, les servían de refugio por la noche y además hacían un montón de cosas, como usar el chat. Entonces tomemos nota, porque esto llega a todos los sectores y con una velocidad impresionante. Ya no hay excusas para decir “a estos chicos míos esto no les toca”. —¿Por qué no resultan estos talleres?
—No funcionan en tanto no se integran a un proyecto educativo. El muchacho que por lo general está a cargo del taller de computación pocas veces sabe en función de qué proyecto los chicos podrían integrarse. Y no es tan difícil. Me contaban de una experiencia interesante donde los chicos de tercer grado tenían que averiguar qué pasaba con los negros de este país durante la guerra de la independencia. Ahí se les proponía hacer una búsqueda específica, de esas que no están al alcance de la mano. Se los puede entonces mandar al taller con una consigna y al mismo tiempo plantearles palabras clave para la búsqueda. Ahora bien, también sin conexión a internet, y ya lo he dicho muchas veces, un simple procesador de textos es un instrumento pedagógico sensacional para la composición y revisión de textos. Sirve igual. Sólo que para eso necesito tener como objetivos de alfabetización algo que no pasa por la copia del pizarrón o la repetición de un texto memorizado.
—¿Y qué pasa con los docentes en relación con las nuevas tecnologías?
—Uno de los problemas con los docentes es que son de una generación que no nació con la tecnología y la vio llegar, en cambio los alumnos nacieron con la misma. Eso genera una actitud bien diferente en unos y otros. Los docentes descubrieron que tenían que aprender algo más que saber a encender y apagar la máquina. Por ejemplo, alguien que no puede responder al pedido de “dame tu correo electrónico”, y saber que no lo tienen. Eso hace que muchos adultos entren como miembros de la retaguardia, forzados por las circunstancias y no por un genuino sentido de querer saber de qué se trata.
—¿Qué otro problema muestran frente a las nuevas tecnologías?
—El otro problema es que mantienen la posición de decir: “Yo trabajo en un barrio pobre y hasta que estos chicos lleguen a las computadoras cuánto tiempo va a pasar”. Y pasó. Porque cuando llegaron los cíber a todos los barrios, aun a los más pobres, se dieron cuenta de que no estaban preparados por pensar que era una tecnología de ricos que no llegaría a los pobres. Una investigación de una universidad del conurbano bonaerense sobre los chicos de la calle y el uso de internet concluyó que los chicos gastaban el 60 por ciento de sus ingresos en locutorios. Estos sitios, abiertos las 24 horas, les servían de refugio por la noche y además hacían un montón de cosas, como usar el chat. Entonces tomemos nota, porque esto llega a todos los sectores y con una velocidad impresionante. Ya no hay excusas para decir “a estos chicos míos esto no les toca”.
Marcela Isaías

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