martes, 12 de junio de 2007

Amor a la Escritura (Emilio Lledó)


“Aunque no podamos vivir esas vidas de los diálogos dormidos en tantos textos, sabemos que están ahí, como inmortal paisaje que no puede agotar la mirada individual y que, por ello mismo, es una continuada promesa de habla, de comunicación y vida, más allá de cada existir concreto, más allá del tiempo de los latidos. Esa callada presencia es muestra del cerco sin fin con que el lenguaje escrito amplía el punto determinado de cada consciencia hacia las fronteras a donde llega, con la escritura, la voz de otras vidas inextinguibles mientras exista la posibilidad de esa consciencia que, detrás de los ojos, aliente y se despierte. (...)

Creo que aún no se ha percibido, con la necesaria agudeza, lo que significa el hecho de ese inmenso diálogo que la escritura del pasado nos presenta: salir de la siempre ceñida comunicación con lo inmediato o del diálogo con nosotros mismos, que puede convertirse en la monótona repetición de ese lenguaje que somos, que nos constituye, pero que sin el aire de otras palabras, de esos mundos teóricos que nos traen las letras, acaba por consumirse en el corto aliento de un amurallado presente.

La diversidad de perspectivas que la tradición escrita nos presente otorga, pues, felicidad. Esa felicidad que significa la compañía inagotable con la que rompe el cerco de nuestra singular historia y el teórico espacio de nuestra inteligencia”.
Pág. 200-201.


“Amor a la escritura es, por consiguiente, tendencia hacia todo aquello que, desde el umbral del pasado, habla a cada presente. Un hablar que deja sentir las voces de miles de personajes para siempre ausentes y que, sin embargo, por esa frontera de las letras, muestran el resquicio a través del que se manifiesta una forma sutil de inmortalidad.

La silenciosa escritura, que no contesta si se le pregunta, dice, efectivamente, pero no aquello sólo que Platón insinúa. La escritura dice, sobre todo, que, por encima del presente en el que el aire que articula las palabras se consume, y dentro del inmediato tiempo que mide el paso de las horas –el mortal tiempo que se hace presente en su camino hacia el pasado–, hay otra forma de temporalidad no consumida: una temporalidad mediata que viene, inversamente, del pasado al presente, confirmando la existencia de una memoria colectiva que se reaviva y fecunda en el contacto con la consciencia del lector. Pero si es posible que el pasado se convierta, así, en futuro, en algo que espera llegar a la presencia, la escritura realiza una forma perfecta de pervivencia. Las letras que surgieron desde el pasado de la memoria se sitúan, ante la perspectiva del posible lector, en el futuro de éste. Cuajadas en la experiencia del pasado, las letras nos ofrecen esos mensajes aposentados en ellas. Mensajes que esperan el presente del lector para incorporarse a su tiempo, y para llevar a cabo la compleja empresa de recoger las dos formas de la temporalidad –el pasado como memoria y el futuro como recepción– en la sustancia efímera con que se desarrolla el presente. Un arco, pues, de posibilidad sobre cada consciencia puntual que en su fluir transforma, en el futuro de la lectura, el pasado de las letras.

Todo este proceso es símbolo de inmortalidad. En él se supera el presente con la homogénea sustancia de una voz que, pronunciada ya en otro tiempo, espera articularse de nuevo en el engarce que el lógos establece, al proyectarse, desde las líneas de la escritura, hacia la expectante consciencia de quien las percibe y las entiende.

En ese momento se quiebra la soledad del hombre, se expanden los límites de su mente (...)”.
Pág. 202-203.

LLEDÓ, Emilio. El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria, Barcelona, Crítica, 1992.

La imagen de la escritura corresponde a un texto jeroglífico grabado en la tumba del faraón Merenptah. Tomado de: http://www.arqueoegipto.net/articulos/escritura.htm


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