domingo, 5 de octubre de 2008

Las prácticas de lectura según los escritores de blog 2/2


¡Uh, pág. 321, seguro que al tipo lo matan!

por Esteban Podeti

en Yo contra el mundo

http://weblogs.clarin.com/podeti/archives/144796.php

13 de Mayo de 2008



El libro es una máquina imperfecta. Ahoran que terminó la Feria del Libro y mis compromisos comerciales con esta Siniestra Organización han terminado puedo gritarlo. Todo bien con el libro, las hojas, el lomo, las palabritas, los dibujitos, todo, sigue siendo bastante mejor que leer por la computadora e infinitamente mejor que –por mencionar una máquina más sencilla- a través del inodoro.

Pero el libro tiene el problema de que sabés cuándo va a terminar. No sabés cómo, o por qué, o para qué, pero sabés cuándo, y ese es un dato importante. Por ejemplo, una película puede durar, si querés, veinte minutos, o treinta horas. Y algunas lo hacen. No sé, ahora parece que todas las películas duran treinta horas. Se ve que hacer cine es re barato, si no serían más cortitas. En fin, vos vas a ver una película y no “ves” cuándo va a terminar. Ni siquiera aunque mires a la ventanita esa de donde proyectan la película; el momento del final es invisible. Es como la vida misma, ahora estás leyendo esta nota en tu oficina y capaz que dentro de cinco minutos te da un infarto y chau chau adiós, si te he visto no me acuerdo (no me estoy refiriendo a ninguno de ustedes en particular). Es así de jodido el cine. Y la vida.

En cambio, vos ves las paginitas que te van quedando y decís “uh, pero a esto mucho no le queda”. ¿Cómo saldrá la muchacha del cofre inmerso en la bañadera con ácudo sulfhídrico? ¿Cómo resolverá Lord Tomlison el horrible intrígulis en el que está atrapado, que incluye chantaje, asfixofilia y disfraces XL de mucamita francesa? Si fuera una serie de televisión, diríamos “uh, quedan cinco minutos y estos siguen arriba del techo del tten, seguro que éste es de continuará”, y acertaríamos. Pero los libros no suelen tener continuará, por lo menos no tan inmediato. El “continuará” de los libros ocurre tipo veinte años después, o le pasa a los nietos del tipo del primer libro.

Así que, al ver las veinte o quince paginitas que te quedan y el poncho no aparece, ya medio que te imaginás: “Uuuh, este seguro que se muere”, o “Uhhh, éste seguro que se salva”. O peor: “Uuuh, seguro que es de final abierto y termina que el tipo se queda mirando los reflejos tornasolados en la superficie del lago”. O cualquier otra cosa; la cosa es que ya termina. Sin contar que, como sabés cuándo termina, tenés un lugar donde fijarte cómo termina, quién era el asesino y quién era el Gran Maestre de la Organización y te cagás solito toda la parte anterior.

Algunas propuestas para mejorar la maquinaria del libro:

LA “CAJA”: En lugar de constituirse de una serie de hojas unidas po un lomo, el formato que propongo son un montón de hojas apiladas que vienen adentro de una caja. Debería ser no una caja tan grande como para que se complique su portatibilidad (tipo “caja de televisor”) ni tanpequeña como para que igual le calculemos dónde se terminan las hojas (tipo caja de zapatos). Yo creo que una caja de esas de galletitas está bien (pero no de esas de lata que tenían una ventanita redonda, porque ahí podemos espiar y estamos en la misma). El lector va quitando las hojas sueltas, sin tener la más pálida idea de cuándo se terminarán las mismas, y por lo tanto el libro. Si el libro es muy largo (por ejemplo, “IT”) las hojas llegarán hasta el fondo de la caja. Si es corto (tipo “El Principito”), llegarán hasta la mitad, rellenándose con galletitos u otro producto el resto de la caja. De paso, estimulamos al lector a que termine el libro: “si querés comerte las galletitas, tenés que llegar al final”.

Algunos lectores avispados preguntarán “genio, máquina, tigre, mostro del pantano, ¿y qué hago con las hojas que voy sacando?”. Dejo a otros lectores más avispados construir mentalmente la primera respuesta que nos viene a la cabeza, para sugerir sencillamente que la “Caja” se venda siempre acompañada de una segunda “caja provisoria”, donde se irán colocando las hojas leídas; terminado el libro, puede devolverse a la caja original o dibujarse con lápiz y una letra muy muy grande, en cursiva de subnormal, el título del libro en la “caja provisoria”.

“Pero máster, capo, inaferrable, locomotora, amo del rocanrol, ¿y qué hago con las cajas de sobra que voy acumulando?” Hay dos respuestas posibles: Uno, hacer lo que hacemos siempre con nuestras cajas sobrantes, dejarlas en medio del paso para que nos rompan las pelotas en el día a día y se vayan deteriorando con las patadas accidetnales que les damos hasta ser reducidas a la nada, y dos, yo qué sé, qué soy yo, tu papá, me arece que tenés edad suficiente como para darle destino final a una caja.

LOS “MELLIZOS”: Se propone que todos los libros tengan el mismo tamaño y la misma cantidad de páginas. Por ejemplo, quinientas. Si el libro tiene más de quinientas páginas, o bien se quema –porque tampoco nadie va a leer un libro de más de quinientas páginas- o, si quieren que nos pongamos en puta, las páginas sobrantes van a un segundo libro de quinientas páginas. O a una “caja”.

Si tiene menos de quinientas páginas, por ejemplo doce, el resto del libro va en blanco y se regala al comoprafdor del libro –más que nada por la molestia- una caja de lápices de colores para que lo rellene con dibujitos. Pero las páginas en blanco también nos dan una idea de cupando termina el mismo, así que estamos en el principio de nuevo. Lo más práctico sería que se llene el resto del libro con caracteres al azar, o textos de otros libros o que se repitan una y otra vez las primeras doce páginas del libro (esto está bueno para “releer” el libro, si te gustó mucho. Hay gente que hace eso). En las ediciones “de luxe” el autor sigue escribiendo, pero otra cosa, tal vez el mismo libro pero con finales diferentes, como para que el engaño sea más sutil, hasta alcanzar las quinientas páginas de rigor.

LOS “SIAMESES”: La idea, porque yo soy una fuente inagotable de ideas, no sé si se dieron cuenta, es que los libros siempre vengan con tres o cuatro libros diferentes adentro, de modo tal que nunca sepas bien cuando termina el que querés leer. Por ejemplo, si querés leer “la Isla del tesoro”, que venga en el mismo libro –en lo posible uno atrás del otro y no página por medio- con “Veinte años Después”, “La Amante del Psicoanalista”, “Circuitos Integrados: Historia y Futuro” y “Rulo y Pelusa”.

“Pero Cénit de la Humanidad, Ídolo, Zeus, ‘Champ’, ¿qué pasa con el último libro que va incluído en el ‘Siamés’? ¿En ése no se deschava que falta poco para el final?” Exacto; por eso propongo que el último libro sea uno muy muy muy malo, uno inleíble, no sé, alguno escrito por Ari Paluch o por Ernesto Sábato. Y si a alguno le gustan esos libros que encargue especialmente un “Siamés” donde esos libros estén al principio. Eso sí, le va a salir más caro porque es un encargo especial, y por hijo de puta.

El ejemplo extremo de este libro es el que planteaba Borges –porque Borges también era una fuente inagotable de ideas; Borges y yo- es el famoso “Libro de Arena”, ese que no tenrminaba nunca y que tenía todos los libros en su interior o que tenía mil monos escribiendo en mil máquinas de escribir o algo así, no me acuerdo bien. Era algo así. Igual creo que este formato se desestimaría por costos de impresión.

EL “E-BOOK”: Esto parece que ya existe y se trata de una especie de computadorcita portátil, con forma de libro (para que no extrañes, lector nostálgico con alma de anciana inglesa rodeada de gatitos), al que le cargás todos los libros que querés y vas pasando paginita por paginita en la pantallita. El problema es que siendo una computadorcita seguro que tiene un “menú” o una “ventana” o una “pestaña” o esas cosas que tienen las computadoras donde te va diciendo “le quedan 20 pags”, “falta poco”, “ja, ja, ja, no, el asesino no es quien usted cree”, etc. etc. Ya sé, alguno dirá que esas “cosas” se pueden “deshabilitar”, como si eso fuera posible (si se pudiera deshabilitar algo, jamás habrían eliminado a “Clippy”). Además, el tipo que inventó el libro actual debe haber dicho “¡Ah! Y para que nadie espíe el final, se me ocurrió una forma de deshabilitarlo: que antes de la página final, haya muchas otras páginas encima que impidan leerla. Ta bien que si mirás a propósito te enterás de todo, pero nadie va a ser tan NABO para cagarse el libro a sí mismo, ¿no?”

EL “CORTÁZAR”: Utilizando la idea de “Rayuela” (Cortázar, Borges y yo, nada que hacerle), se propone que los libros vengan todos con los capítulos desordenados, lo que hace dificultoso el cálculo de si ya leíste tanto o cuánto. Desde luego, siempre están aquellos cerebritos, esos apiolados, esas eternas mentes superiores que son capaces de ir almacenando en su cabeza la cantidad de hojas que han leído, diseñar mentalmente un gráfico que las represente comparativamente al grosor total del libro y, de ese modo, calcular cuánto tiempo le queda a la muchacha o a Lord Tomlinson para salir de sus problemas o suicidarse, lo que les parezca más conveniente. Por esta élite no hay que preocuparse; son los mismos que después van y te diseñan una bomba atómica. Es más, yo librero, si viene uno de estos y me dice “Eh, pero en el cap. 34 yo ya me di cuenta de que faltaban veinte páginas, para eso me comprom un libro normal de esos que viene todo atrás de lo otro”, le diría “Mirá, andate a diseñar una bomba atómica”. Y después, llamaría a seguridad aduciendo que se estaba “haciendo” un libro de eso con fotos de gauchos enlazando potros (que se llaman, por ejemplo, “The Gauchos”) que salen como $400.

Estas son mis propuestas para no saber cuándo termina un libro. Espero que a los tres o cuatro lectores del blog que alguna vez se hayan acercado –con grandes dificultades- al final de un libro les haya resultado interesante o informativo. Al resto, sigan siendo felices.

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